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Devastado(r)

Por: Padre Raúl Hasbún | Publicado: Viernes 13 de febrero de 2015 a las 04:00 hrs.
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Devastar es destruir un territorio, arrasando sus edificios y asolando sus campos; reduciendo todo a pedazos o cenizas. Descripción literal de lo que hace una retroexcavadora. "Devastado", dice sentirse el senador de la metáfora y consigna de la retroexcavadora institucional, luego de su involuntaria maniobra que ocasionó la muerte de un carabinero. Agregó: "siento un profundo dolor, y nada que yo diga va a consolar a la familia".

Noble, humano y obligado sentimiento ante la devastación irreversible de un proyecto y esperanza de vida, por causas que pudieron y debieron evitarse. El devastador-devastado tiene a su favor la sorpresiva aparición de la víctima, su difícil visibilidad por omisión de chaleco reflectante, el conducir a menos de 60 km/h y una prueba de alcohol respiratorio con resultado negativo. El suyo no es el dolor-remordimiento de una culpa personal, sino el haber sido involuntario instrumento de la muerte de un ser humano inocente. Y su dolor se multiplica y permanece en el tiempo, porque la familia del inocente sigue haciendo el inconsolable duelo por esa vida truncada.

Es dable presumir que, en coherencia con tales sentimientos, el ahora devastado conductor no se erigirá en legislativo devastador de innumerables proyectos y esperanzas de vidas humanas, condenadas a morir sin que las víctimas hayan incurrido en falta alguna, y sin que los hechores puedan alegar que les fue imposible percatarse de su presencia. La decisión de abortar se toma porque hay evidencia de que un ser humano está precisa y comprobadamente allí, o incluso ante el solo temor de que pueda estarlo (píldora del día después).

Es un ser humano, no un copihue, o un huemul o una ballena. No es un depredador de selvas, ganados, niños y ancianos. Es persona humana, a la que nuestro ordenamiento jurídico le asegura, desde su concepción, el derecho a la vida, base de todo otro derecho. Nuestro retroexcavador conoce ahora, por amarga experiencia, el desconsuelo de una familia que por intervención ajena y casual pierde irremediablemente a un hijo. Comprenderá, e impedirá la devastación moral de otras familias que amparadas por ley darían alevosa muerte al suyo.

Una ley reciente autorizaba la matanza de perros salvajes que en los sectores rurales atacan y devoran animales de crianza y aun a personas. Organizaciones animalistas persistieron en clamorosa protesta y obtuvieron promesa gubernamental de inmediata derogación. Se repite el paradigma de 2008. En su cuenta anual al Congreso Pleno, la entonces Presidenta desafía el fallo inapelable del Tribunal Constitucional que, en resguardo del derecho a la vida desde su concepción le prohibía distribuir la píldora del día después y anuncia, bajo cerrada ovación, que en Chile quedará absolutamente prohibida la caza de ballenas. El clamoroso celo de asociaciones animalistas deja moralmente obligadas, a las humanistas, a resistir e impedir la devastación de Chile.

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